Enero de 2012

“Miguel”  -cuyo nombre real mantendremos en anonimato- llegó a Esperanza para la Familia hace 8 meses en compañía de su madre, una sencilla mujer regiomontana madre de 3 hijos, siendo Miguel el mayor de ellos, teniendo 15 años de edad.

Se acercaron a Esperanza para la Familia en un momento de intensa desesperación y angustia, debido a la fuerte adicción de este adolescente: el alcoholismo.

Miguel comenzó a beber cerveza desde los 14 años; pero ni él ni sus padres le dieron la importancia a esa mortal ingesta, hasta que los efectos del alcohol dieron sus primeros golpes a la vida de Miguel y su familia, afectando su comportamiento y capacidad mental, convirtiéndose en un adolescente muy agresivo, desordenado y rebelde, al grado que tuvo que abandonar sus estudios de secundaria, y en casa simplemente ya no se contaba con él; era un “nini” más, a quien se “mantenía controlado” con su botella en casa.

Pero el alcoholismo crea un vacío interior muy profundo, y además produce en los familiares un sentido de impotencia y angustia tan fuerte, que el hogar se viene abajo, generándose una tensión familiar sofocante, de la cual parece imposible escapar.

La madre de Miguel, a quien llamaremos “Claudia”, comenzó a asistir a las pláticas que Esperanza para la Familia imparte en la empresa donde trabaja como operaria, donde se dio cuenta de que el problema de las adicciones sí tiene solución y es posible lograr la libertad del adicto y su familia.

Así fue que Claudia decidió acercarse con el consejero familiar de la asociación, y comenzaron las entrevistas con su hijo Miguel, quien desde luego en un principio se rehusaba a tratar el problema, pero poco a poco fue aceptando la ayuda y comprendiendo el daño tan grande que estaba causándose a sí mismo y a los de su casa.

Ocho meses han pasado con avances y dificultades, pero hoy tenemos un Miguel transformado milagrosamente. Es un joven libre del alcohol, que se mantiene ocupado, trabajando y estudiando la preparatoria.

El cambio que vemos en Miguel, no es obra de la casualidad. Si observamos la historia con detalle, veremos que sí, Miguel tuvo una admirable fuerza de voluntad, pero jamás actuó solo; su madre estuvo a su lado y no se rindió ante la dificultad, sino que se involucró en su rescate hasta el final. La organización brindó el apoyo terapéutico gratuito y acertado y, Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador del mundo, extendió Su mano haciendo posible lo imposible, cuando en la aflicción, lo buscaron. Él dijo estas palabras: “Clama a mí y yo te responderé”.

ANIMATE, SE PUEDE HACER LO MISMO CON TUS HIJOS.    Aún es tiempo de rescatar a tu familia.

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