La importancia del Ejemplo en la educación de los hijos
 

El balance entre el comportamiento y las palabras
 

Por: Profr. Juan Carlos Díaz

Existe una expresión que pudiera aplicarse a todo esto que estamos tratando:

“Tus acciones hablan tan fuerte, que no me dejan oír tus palabras”.

Las acciones de los padres o de los adultos con los cuales los hijos se relacionan en el hogar, producen mayor efecto en ellos, que las muchas palabras, instrucciones, sermones, que pudieran recibir.

Cuando se unen la instrucción adecuada (una instrucción correcta, bien informada y aplicada al momento que nuestros hijos están viviendo), al ejemplo consecuente con lo que se está instruyendo, (que va de acuerdo con lo que se instruye), esto vendrá a reafirmar y reforzar todo aquello que les estamos queriendo enseñar a nuestros hijos.

Pero si dedicamos mucho tiempo para estar instruyendo cuestiones básicas sobre su buen comportamiento pero ellos observan lo contrario a ello en nosotros, obviamente todo lo que hemos hablado carecerá de fuerza, de efecto y no producirá en ellos lo que nosotros deseamos.

Sin un buen ejemplo, nuestros hijos estarán carentes de la mayor influencia para ser estimulados a la obediencia, a la justicia, a la responsabilidad, a la diligencia, a la honestidad, al servicio, etc.

Papá, mamá, nuestros hijos nos están observando y repito: ellos son como unas esponjas, están mirando cómo hablamos, cómo actuamos, cómo tratamos a los demás, cómo nos comportamos con los demás miembros de la familia, cómo tratamos a la gente que no es parte de nuestra familia, nuestros modales, nuestros hábitos, los principios que rigen nuestra vida etc.

Ellos están aprendiendo de nuestro ejemplo tanto el bien como el mal. Sería prácticamente infructuoso que un padre de familia estuviera enseñando a sus hijos y dando instrucciones constantes con respecto a buenos hábitos de conducta, buenos hábitos de higiene, si los hijos finalmente no observan esto en los padres. Obviamente no podrán recibir la enseñanza.

Pongamos dos ejemplos de la aplicación de este principio:

  • Un hijo que ve que el padre es cuidadoso en la higiene bucal, tenderá a imitar y a seguir las pautas de conducta que en él observa al respecto; pero si un padre de familia quiere inculcar en su hijo hábitos de higiene bucal, y el hijo jamás observa que el padre se lava los dientes, ni asiste regularmente al dentista, no le dará entonces el peso adecuado a la instrucción que pueda recibir del padre.
  • Un padre puede estar incansablemente hablando a los hijos de la importancia de respetar a sus hermanos, de la importancia de respetar a la hermanita o a los compañeros de la escuela, pero si el hijo ve que el padre no respeta a la mamá o que la mamá no respeta al papá, o que no respeta a las demás personas con las cuales convive, obviamente el hijo tenderá a imitar las mismas pautas de conducta que está observando en su padre. Le será difícil adoptar la instrucción recibida porque no conoce el aspecto práctico de la enseñanza.

El respeto a los demás se aprende por el ejemplo que los hijos ven en los padres: hábitos de cortesía, el orden en las actividades, la inclinación al servicio hacia los demás, valores y principios, la diligencia y la responsabilidad en el trabajo, la puntualidad, la pulcritud, la limpieza, el decoro; todo esto se aprende a través de la instrucción pero mucho más del ejemplo que los hijos observan en los padres.

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